viernes, 1 de agosto de 2008

Stop the Show!

No sin dificultad, dado el escaso interés que puse por el inglés en mis años de estudiante, de vez en cuando avanzo en la lectura del divertidísimo libro “STOP THE SHOW!”, de Brad Schreiber, “Una historia sobre locos incidentes y absurdos accidentes en el teatro”. La promesa de la portada se ve ciertamente cumplida. Hay anécdotas fantásticas, por ejemplo:

- Animar al reparto a improvisar frases puede resultar peligroso, especialmente si entre los figurantes hay actores especialmente creativos: En el Old Vic se estaba representando Julio Cesar y el director no estaba satisfecho con la actuación de los figurantes que representaban al pueblo romano. Después de un contundente rapapolvo, les dio la clave: ¡Estamos buscando la Autenticidad, la Verdad! "¡Simplemente compórtense con normalidad, como si estuvieran realmente en mitad de la calle!" …En la función de aquella noche el público pudo ver claramente, cómo uno de los figurantes, con toga y alpargatas romanas, salía de escena alzando el brazo al grito de “¡Taxi!”

Otra más, no me puedo resistir:

- Orson Welles no solo era grande en talento y – con el paso de los años – en dimensiones físicas, sino que tenía también un ego inabarcable. Lo dejó bien claro la noche en que, dispuesto a dar un recital de textos shakesperianos en un teatro de Arizona, vio desde el escenario que sólo cinco personas componían su público. Se adelantó a primer término y dijo a su escasa audiencia: “Soy actor, escritor, director de cine y teatro, diseñador y constructor de decorados, pintor, soy un brillante cocinero, un experto en toreo, un coleccionista, un connoisseur, an enfant terrible, y una autoridad en arte moderno…¡¿Cómo puede haber aquí tanto de mi y tan pocos de ustedes?!” Y abandonó la sala.

Seguiré poniendo historias de este estupendo libro. Mientras tanto, por si alguno de los cinco de Arizona que se quedaron compuestos y sin Orson está leyendo esto – cosa harto improbable, lo se – le pongo este video de consolación: Welles recitando el famosísimo monologo de Shylock en El Mercader de Venecia. Los de Arizona no lo necesitan, pero a los latinos que estudiaran tan poco ingles como yo les vendrán muy bien los subtítulos en italiano.




Si nos pinchan, ¿no sangramos? …”

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