lunes, 18 de mayo de 2009

Mario

Tiene un aire tierno y apocado en la mirada y en la voz. Esa ternura está en sus escritos, además están la vindicación del amor, el oprobio del tirano, la nostalgia, la lucha frente al opresor y otras futilidades.
Es autor de novelas intensas y sinceras, como La Tregua y Gracias por el Fuego.
Es autor de cientos de cuentos. Ninguno banal, ninguno escrito porque sí. Rememoro ahora el regalo inesperado de sus Cuentos Completos – un enorme volumen que aún paladeo despacio - por uno de los mejores hombres que conozco en uno de los peores momentos que recuerdo.
Es dramaturgo: Pedro y El Capitán es una cruda denuncia, un grito contra la opresión, un puñetazo repetido en el estomago. Gran Teatro.
Es el poeta de los que no solemos leer poesía.
Y es el ancianito adorable del que hoy hablan todos, porque todos creen que ha muerto. Y es que no saben (Mario, el tierno enamorado, lo tiene muy claro) que

una mujer querida o vislumbrada

desbarata por una vez la muerte


...emmm, voy a ver que anda haciendo la Señorita Doolittle.

jueves, 14 de mayo de 2009

El Condón Asesino o Labrando mi excomunión

Esta carta del Arzobispo de Granada se ha publicado en la prensa de hoy. La reproduzco entera. Voy a intentar no hacer comentarios. Pero paréceme que no voy a poder contenerme



"Los dos hechos que siguen me han sido contados por sus protagonistas.En un país de América Latina, una médico, ginecóloga, premiada como la mejor médico del país por el gobierno de su nación, ha dedicado parte de su vida profesional a impartir un programa de educación afectiva y sexual a adolescentes y jóvenes. Es un programa con una duración de seis meses, y un trabajo semanal a lo largo de ese período. El programa consiste en dar a conocer con detalle suficiente a los jóvenes (ellos y ellas) el funcionamiento del cuerpo humano en relación con la sexualidad y con el afecto. Con detenimiento y cariño, por ejemplo, se les acompaña a las muchachas a conocer sus ciclos reproductivos, y a todos a descubrir la belleza de la sexualidad y su funcionamiento, a reconocer el misterio que somos y lo bien que Dios nos ha hecho. Es un programa magnífico, creado por una médico norteamericana (una religiosa) que ha trabajado muchos años como ginecóloga en Pakistán y en Bangladesh.
Nuestra médico de América Latina estaba impartiendo su programa en un colegio de la capital de su nación al que asistían las hijas del ministro de Educación. Un día, en el entreacto de un teatro, coincidieron el ministro y la médico. Fue el ministro quien vio a la médico, y se acercó a ella para felicitarla: “¡Doctora, qué alegría verla! ¡No se puede hacer idea de lo contentas que están mis hijas! ¡Vienen a casa y no paran de hablar de lo bonito que es su programa y del bien que les hace! ¡Enhorabuena!” El ministro siguió en esa vena por un rato, hasta que la médico le dijo: “También a mí me alegra, ministro, que sus hijas estén tan contentas, y que usted haya tenido la ocasión de ver el valor que tiene un programa planteado así. ¿Qué le parece si desde el Ministerio se permitiese que en los colegios públicos donde los padres lo pidieran —las hijas del ministro estudiaban, como es natural, en un colegio privado—, pudiéramos también dar el mismo programa?” “¡Ah! ¡Eso no, doctora! ¡Eso no puede ser! A unos pocos se les puede educar, pero al pueblo hay que darle preservativos”.

Vamos con la segunda: En este caso era una médico norteamericana, que trabajaba en Ghana, en un centro de Atención Primaria. Había estado en la Conferencia Internacional de El Cairo sobre la Población y el Desarrollo, en 1994, y de retorno a América, antes de volver a su misión, pasó por España. Coincidimos en un acto, nos presentaron y estuvimos hablando un buen rato. En el centro donde ella trabajaba, en una zona sumamente deprimida —me dijo—, morían todos los días niños deshidratados a causa de una simple colitis, por falta de suero fisiológico, y por la ignorancia de las madres. Sin embargo, el centro estaba literalmente “lleno” —o tal vez sería mejor decir “invadido”— de cajas y cajas de preservativos que ciertas compañías americanas y europeas les enviaban gratis, hasta no saber qué hacer con ellos, porque ocupaban un espacio en el centro que no tenían, y que necesitaban para cosas más urgentes y más graves.

¿Cui prodest? (esto significa “¿a quién beneficia?”. Lo digo pa los que no hayáis estudiao pa arzobispo) ¿Quién paga el anuncio? (eso, eso: ¿Quién paga al Nuncio?… Ah, no, el anuncio, ¿Qué anuncio? ¿Aquel tan bonico del lince?) ¿Qué visión del ser humano y de la vida —y de las distintas clases de seres humanos, y de vidas humanas— se esconde detrás de estas historias? (Pues a ver, detrás de estas historias, que serán ciertas, no digo yo que no, se esconde el comentario cazurro de un Presidente Iberoamericano cazurro – y hay unos pocos – y la falta de suero fisiológico en un centro de atención primaria en Ghana. Eso parece a simple vista, ¿no? Pues verás la punta que le saca el arzobispo, oye. Sigue leyendo, sigue leyendo...) ¿Quiénes, qué poderes y qué industrias, se benefician de la despoblación de África, y piensan ya sin duda en los futuros beneficios de sus inmensas riquezas y reservas naturales? Sin duda, los mismos que degradan sin cesar y sin límite nuestra propia humanidad y la dignidad de nuestro pensamiento cuando deciden —y nadie sería capaz de explicar racionalmente en virtud de qué poder—, promover entre nosotros la banalización absoluta del uso del cuerpo humano y del sexo. (A ver que lea otra vez… ¿el Presidente Iberoamericano cazurro quiere despoblar África y por eso les envía preservativos? Y cuando dice que quieren “promover entre nosotros la banalización absoluta del uso del cuerpo humano y del sexo” ¿”Nosotros” quienes son? ¿El Arzobispado?... ¡Pues no sabe na el Presidente Iberoamericano cazurro!)
Los mismos que deciden que el matrimonio —esa maravillosa y fragilísima realidad humana (¿pero el arzobispo se casó? …pues no fue ni pa invitarme a la boda!), o mejor, divina— no es un bien que necesita ser protegido. Los mismos que han decidido que a cualquier cosa —incluso constitutivamente estéril— se la puede llamar matrimonio, haciendo burla de los millones de personas de las que ellos viven, porque son quienes pagan como pueden sus impuestos, aunque ninguna de esas personas —absolutamente ninguna— haya nacido de esas uniones estériles (Yo de todo esto solo saco que el arzobispo quiere la anulación de los matrimonios que no tengan hijos. Me estoy haciendo un lio…). Los mismos que deciden que matar a un ser humano, siempre que no haya nacido y no tenga voz para gritar, ni acceso a los medios de comunicación para defender sus derechos, ni un sindicato que le defienda, es legítimo, con tal de que les convenga a alguno de los adultos implicados (¡Sindicato de cigotos ya!). Los mismos que están a punto de decidir “una salida” igualmente digna y honrosa “a favor” de quienes han dejado ya de producir, para que no sean una carga para la Seguridad Social (Osea, ¿Qué Ramón Sampedro lo único que quería era disminuir el déficit de la Seguridad Social? … Se lo cuentas a Javier Bardem y se queda lelo). Los mismos que piden mil controles para obtener un antibiótico, pero dan a menores, sin que sus padres lo sepan, sin rechistar y sin comentario, y todas las veces que haga falta, una píldora abortiva cuyas consecuencias, absolutamente conocidas en caso de abuso, no se quieren decir, para que no quede rastro o huella alguna, para que nadie les pueda reclamar el día de mañana por este crimen contra la humanidad de nuestros adolescentes y contra su salud mental, afectiva y corporal (Definitivamente el Presidente Iberoamericano ese es mas malo que la tiña. Otra cosa, arzo, ¿Que porqué le ponen a usted tantos problemas para conseguir antibióticos? Vaya, que yo tengo, lo digo por si le sube a usted la fiebre con eso de que ya estamos en el siglo XXI y a usted le ha cogido por sorpresa).
Lo que se silencia es el dato —perfectamente constatado— de que el uso masivo de los preservativos no ha detenido el sida en África, sino que lo ha propagado (¿lo qué? No, en serio: ¿lo quééé?). Y se silencia el número de suicidios que se producen entre las mujeres que han abortado (eso, que se sepa: el 100% de las abortistas suicidas son mujeres… y eso sólo en España!!). Y se silencia la amargura infinita y el dolor en que viven la inmensa mayoría de las que se han creído que “eso” era un derecho, y no saben que sería mucho mejor que fuese un pecado, porque los pecados, todos los pecados, HAY quien los perdona (AHÍ HAY un arzobispo que dice AY!), y quien nos ama y nos abraza y nos cura (espera, no me lo digas… ¿el Presidente Iberoamericano Cazurro?). Y se silencia que, según estadísticas oficiales, en Andalucía, la primera causa de muerte entre los adolescentes y jóvenes no son los accidentes de tráfico, sino el suicidio (Y no tan jóvenes. Que a mi, a estas alturas del texto, ya me están entrando ganillas…). Y como se silencia, nadie se pregunta por qué. No hace falta preguntarse, porque es obvio que vivimos en el País de las maravillas. Y estamos lanzados hacia el progreso. Desde luego, a toda velocidad. A tanta velocidad, que ya no podemos saber hacia dónde vamos, si hacia el progreso o hacia el abismo (Venga, Pater, dígalo, no se corte: España se rompe).
¡Qué difícil es no pensar (qué va a ser difícil, Pater: siga usted como hasta ahora) en aquella escena de El tercer hombre en la que Joseph Cotten y Orson Wells (eh, alto ahí, moreno: ¡¡Toíto te lo consiento menos mentarme a mi Orson!!) mantienen una conversación en la noria del Prater de Viena! En aquella Viena destruida por la II Guerra Mundial, Orson Wells (Welles, Pater, es “Welles”) vendía de estraperlo penicilina adulterada, con terribles consecuencias para quienes la usaban, incluso cuando sobrevivían (ala!, ya le ha chafao usted el final de El Tercer Hombre a mi señora, que no la ha visto. Lo que es este pecado no se lo perdonan…). Lo importante es mirar a los hombres de lejos, como desde lo alto de la noria, hasta que no sean más que puntitos… “Si te ofrecen veinte dólares por cada uno de esos puntitos que dejara de moverse, ¿cuántos crees que se resistirían? … Y libres de impuestos, amigo, libres de impuestos…” Con un cinismo helador, Orson Wells continúa: “Los gobiernos lo hacen, ¿por qué no podríamos hacerlo nosotros?” La sociedad de los puntitos vistos de lejos, vistos en las estadísticas, es ya nuestra sociedad. La vida del hormiguero industrioso al servicio de los intereses económicos y políticos de los poderosos podría ser nuestro futuro. Lo más sarcástico, lo más esperpéntico de todo, es que parecemos dirigirnos hacia ese futuro tan alegres y confiados como unos párvulos a los que sus maestros llevan de excursión (Pero entonces, ¿Orson Welles está propagando el sida en África? ... ¿Pero no estaba muerto? … Claro: por usar preservativo. Ya lo voy pillando…).
Lo que el Santo Padre ha dicho en África es, sencillamente, que tenemos necesidad de cambiar nuestra mirada sobre la sexualidad. Y también que tenemos necesidad de cambiar nuestra mirada sobre la enfermedad y sobre los enfermos. Dos verdades evidentes. Antes que ninguna otra reflexión acerca del derecho del Papa a hablar, o acerca de qué cosas puede o no puede, o debe o no debe hablar, lo que se impone recordar es, SOBRE TODO, QUE LO QUE HA DICHO EL PAPA ES VERDAD. Es verdad para África y es verdad para nosotros. Es verdad para todo el que no se resigne a que nuestra sexualidad (¡lavín con el arzobispo y su sexualidad!), ni nada en nuestra vida, sea como en la vida de los animales. Es verdad para todo el que no esté dispuesto a resignarse a que su futuro sea formar parte, solidaria y alegremente, del hormiguero universal, controlado por esa nueva casta de Grandes Hermanos que se multiplica como las setas. Hay una forma más bella, mejor y más humana de vivir la sexualidad (lo dicho, como el palo de un churrero, oiga!). Hay una forma mejor, más bella y más humana de afrontar nuestra fragilidad y nuestra miseria, nuestra enfermedad y nuestra muerte. ¡Gracias, Santo Padre, por tener el valor de decirnos la verdad, a nosotros y a nuestros hermanos africanos! ¡Gracias por reclamarnos a todos a una vida de primera clase, a una vida verdadera y plenamente humana! ¡Millones de hombres pedimos al Señor todos los días para que no se canse, para que no ceda, para que el Señor le sostenga y siga siendo libre!
Javier Martínez, Arzobispo de Granada.

Hasta aquí La Verdad Revelada. Ya sigo yo.
Hace pocos años se reformó el código penal para tipificar el delito de apología del terrorismo, para luchar contra comportamientos de enaltecimiento de grupos e ideas terroristas. Parece lógico, ¿verdad?
Si, pongo por caso, una persona envenenase el agua de las redes de abastecimiento, estaría cometiendo delito contra la salud pública. Si, pongo por caso, una gran personalidad mediática, cuyas opiniones fueran tenidas en cuenta y obedecidas por un importante sector de la sociedad, manifestase que el sistema público de vacunaciones infantiles esconde realmente un maquiavélico plan de los Poderes Públicos para matar a todos nuestros hijos con una oscura pero VERDADERA razón económica, ¿esa gran personalidad mediática no estaría incurriendo en digamos… apología de la insalubridad pública?

Puede que se me esté yendo la cabeza, pero, ¿soy el único que considera una abominación afirmar que el uso de preservativos ha propagado el sida en África? Afirmar algo así, sabiendo que va a ser creído por mucha gente, merece que exista esa idea de pecado que el señorarzobispo ve en todos los que no pensamos como él, merece que exista ese infierno que el señorarzobispo nos tiene reservado.

Normalmente los refranes no suelen ser ciertos, pero esta vez una imagen sí que va a valer más que mil necias palabras:
La foto es así, te lo juro. No está retocada.
La Duquesa de Armishire me ha recomendado que no hable de estos temas en el blog (probablemente temiendo que una bandada de arzobispos voladores entre aleteando esta noche en mi dormitorio y me chupen la sangre). Queridísima Madre, sé que me quieres, pero desde aquí te digo que prefiero morir de pie a vivir de rodillas (aunque lo que de verdad me gusta es vegetar recostao...)
Bueeeeeeeno, como gesto de buena voluntad hacia el señorarzobispo, hay va un chiste robado de El Desternillador y una canción dedicada.


lunes, 11 de mayo de 2009

Honoris Causa

Parece que al final Julián Muñoz no va a participar en los cursos de verano de la Universidad Rey Juan Carlos. Los responsables del curso, que la semana pasada decían no-no-verá-usté-es-que-claro-según-se-mire, hoy dicen no-no-yo-no-dije-digo-que-dije-diego. La opinión pública (esa cosa) ha puesto el grito en el cielo y- esta vez sí - con razón. El listo que lo invitó para que el curso Periodismo y Corrupción Política fuera el mas publicitado de la historia de la Universidad Española, argumentaba a favor de la idea que, hombre, quién mejor para hablar del tema. Ah, y que no iba a cobrar, que Don Julián iba a hacer un esfuercico e iba a seguir tirando de bolsa de basura para pasar el veraneo. Claaaaaaaaaaaaaaaaaro, porque todos sabemos que participar como ponente en cursos universitarios, no es un honor que ha de ser indubitadamente merecido, qué va, es solo una cuestión pecuniaria, en la que nada tienen que ver factores como el prestigio profesional, la valía demostrada durante décadas, la excelencia de trabajos y publicaciones previas y minucias por el estilo. Espero que el Rector correspondiente le haya pegado un buen tirón de orejas al que defecó la ideita finalmente abortada, salvo que (la duda me atosiga) la libertad de cátedra ampare las memeces.

Las orejas del que tuvo la idea de invitar a Julían Muñoz, despues de entrevistarse con el Rector


No obstante y dado que publicitariamente el fenómeno ha sido todo un éxito, estoy proyectando los PRIMEROS CURSOS DE VERANO EL INGENIO DE LA ESCALERA, con los siguientes profesores y ponencias:

Prof. D. Jack Ripper
Ponencia: Cirugía recreativa


Prof. D. José María Martínez-Bordiú y Bassó de Roviralta
Ponencia: La degeneración del cortex cerebral por el consumo habitual de psicotrópicos


Prof. D. Michael Corleone
Ponencia: La empresa familiar y los retos del nuevo milenio


Prof. D. Joseph Fritzl
Ponencia: Nuevas estructuras familiares


Prof. Dª. Monica Levinski
Ponencia: Técnicas anti-stress para altos cargos


Prof. D. Antonio Rivero Crespo
Ponencia: Higiene Dental y Tercera Edad


Prof. D. Hannibal Lecter
Ponencia: Nutrición y Disfunciones del Comportamiento

sábado, 9 de mayo de 2009

Al final del camino de baldosas amarillas

La semana pasada estuve leyendo la biografía de Judy Garland… Sí, soy un friky, naturalmente. Después de ciento y pico entradas en este blog no sé de qué te extrañas.

Judy Garland parece ser el resultado de una voz prodigiosa, un talento nada desdeñable para la interpretación, una madre controladora y obsesiva, unos cuantos maridos preocupados por hacer sonar la caja registradora, un jefe explotador desde los primeros años de su adolescencia (L. B. Mayer, el que va detrás de Metro y de Goldwin), y mil y un complejos alimentados por toda esa gente encantadora antes mencionada.

La madre de la criatura trajo al mundo cuatro niñas a las que se empeñó en destrozar la infancia obligándolas a actuar en el music-hall. Las tres mayores, cuando tuvieron edad suficiente, mandaron a su madre a donde hay que mandar a este tipo de madres. Pero la más pequeña y vulnerable siguió los deseos y órdenes de su madre, sacrificando su niñez cantando y bailando en teatruchos de mala muerte, hasta que cayó en las fauces del león de la Metro, el ya mencionado L. B. Mayer. De entre las varias historias terroríficas que de esa primera época recoge el libro baste mencionar la costumbre de tener a los niños actores trabajando jornadas interrumpidas de ocho o más horas, llevarlos luego a la enfermería del estudio para provocarles el sueño con narcóticos el tiempo necesario para preparar el plató para la siguiente toma y despertarlos con estimulantes cuando ya estaba todo listo para seguir rodando. Si además, como era el caso de Judy, la estrella estaba un poco rellenita, a las pastillas narcóticas y estimulantes había que unir las adelgazantes. Además, su queridísima mamá tenía la pedagógica manía de comparar a su hija bajita y rellenita con otras adolescentes del estudio que estaban floreciendo maravillosamente (pongamos Lana Turner o Ava Gardner), lo que hacía crecer la inseguridad de la pobre chica, sus miedos y angustias. Pero no era nada que un buen bote de antidepresivos no pudiera solucionar.

De esa felicísima infancia surgió una mujer insegura, inestable, con una salud quebradiza, pasto del insomnio y de desordenes alimenticios que la hacían pasar de la obesidad a un estado esquelético y vuelta a empezar. Precisamente esa salud y ese carácter de cristal la convertían en una mala inversión para los estudios de cine, que le dieron la espalda antes de los treinta años, salvo contadas apariciones posteriores. Y de la época en que estaba semirretirada del cine son sus mejores interpretaciones: Ha nacido una Estrella (con James Mason nadie podía actuar mal) y sus cinco sobrecogedores minutos en Vencedores o Vencidos.

Denostada por los estudios de cine, empezó una carrera de cantante con discos millonarios y giras por todo el planeta, generando una fortuna que fueron devorando sus agentes y maridos, que se ocupaban de tenerla bien provista de las decenas de pastillas que iba necesitando a lo largo del día. Podía levantarse de la cama de un hospital para dar un concierto y volver a postrarse sin dar tiempo a cambiar las sábanas. Un desastre, una piltrafa humana era traída y llevada de un continente a otro y puesta delante del micrófono. Y así hasta que murió, ancianísima, a los cuarenta y siete años.

Pero el público nunca notó nada, porque Judy en escena se transformaba, y el pajarillo mojado sacaba este torrente de voz:

miércoles, 6 de mayo de 2009

Cómo ser John Falstaff

Una vez, en el Show de Dean Martin, Orson Welles se animó a quitarse todo el maquillaje… ¡¡Y debajo estaba Sir John Falstaff!!

viernes, 1 de mayo de 2009

Dificil de mirar

La otra noche la Señorita Doolittle y yo agotamos el abono del Teatro Alhambra viendo El Año de Ricardo, espectáculo escrito, dirigido y protagonizado por Angélica Liddell, ganadora del último premio Valle Inclán.

Hace unos años compré una camiseta que en el pecho tenía la siguiente inscripción: No soy feo, soy difícil de mirar. Algo parecido le pasa a El Año de Ricardo: no es ni mucho menos un mal espectáculo, pero desde luego es difícil de mirar. En un escenario repleto de objetos cotidianos desparramados en una mezcla incoherente (palangana, kilos y kilos de naranjas, matamoscas, botellines de Heineken, flores de plástico, tablero de ajedrez, farolillos chinos, jabalí disecado!!, fotografías enmarcadas, balas de paja, una cama…), comienza un baile absurdo una especie de Rasputín – alto, serio, barbudo, oscuro - . A los pocos minutos aparece la menuda Angélica Liddell con un maquillaje oriental, en pijama, envuelta en un abrigo, y alzando el dedo corazón al respetable. Desde el mismo momento de su entrada comienza a mascullar entre dientes una veloz sucesión de frases incoherentes y tacos que repite como una letanía o un mantra, y, mientras vomita palabras, lava los pies a Rasputín en la palangana, seduce en francés al jabalí disecado enseñándole el culo – y , de paso, a nosotros - , se afeita las piernas con la misma agua de los pies de Rasputín, también se bebe una poca si la memoria no me falla, trasiega Heineken sin tasa y expulsa sin rubor los consiguientes gases, se revuelca por el suelo, baila con Rasputín… De todo el caos parece deducirse que Angélica Liddell interpreta a un enloquecido dictador (las breves referencias a Ricardo III parecen ser lo único nítido en todo el conjunto) que conversa con su mudo asistente personal.

Así transcurren sus buenos veinticinco minutos. Algunos espectadores – pocos, la verdad – abandonaron la sala. La Señorita Doolittle y yo, atrapados sin posibilidad discreta de huida en el centro de la fila cuatro de ese patio de butacas diseñado por Josef Mengele, recordamos con pánico el cartel que a la puerta del teatro advertía que el espectáculo tenía una duración de dos horas y diez minutos. La angustia por nuestro futuro inmediato fue in crescendo. La Señorita Doolittle - según me confesó después - deseó con todas sus fuerzas que su butaca contara con un botón de eyección que la lanzara lo más lejos posible de Angélica Liddell. Yo recordé la voz en off que antes de iniciarse el espectáculo nos prohibió hacer grabaciones y fotografías y me pregunté – mientras los dos actores empapados en cerveza y sudor fingían un ataque epiléptico – quién en su sano juicio querría hacer grabaciones o fotografías de tamaña sandez.

Y entonces, casi a la media hora de función, casi al límite de tolerancia del espectador medio, se produjo el milagro: tras un prolongado silencio, la Gran Dictadora se encara al público y nos pregunta: ¿qué partido me vais a dar?, frase de inicio de un magnífico monólogo en el que su personaje, representante de todos los detentadores ilegítimos del poder, nos expone (a nosotros, sus cómplices económicos, religiosos, militares y mediáticos) su plan de asunción de las riendas, sus teorías sobre el poder, terroríficas por su simpleza. Y aquí es donde Angelica Liddell se revela como una gran escritora y una magnífica actriz, y la mujer pequeñita y delgada se transforma en un aterrador personaje indudablemente masculino. A partir de ahí la obra alterna nuevos episodios absurdos con espléndidos monólogos de la protagonista (si bien los primeros, oscuramente, van alcanzando cierto significado a la luz de los segundos).

Transcurridas dos horas y diez minutos, aplaudimos sin reparo el maratoniano esfuerzo interpretativo, los destellos de excelente calidad del texto, y el riesgo asumido poniendo en pie un espectáculo atrevido, difícil de mirar, pero que te quiere llevar a alguna parte, sacarte de la indiferencia, de la situación de espectador que espera ser automáticamente complacido. Eso sí: no era necesario que durase dos horas y diez minutos.

Fue una suerte que Josef Mengele no instalara en las butacas el botón de eyección, pero !!qué trabajo le hubiera costado separar un poquito las filas!!

En esta entrevista habla Angélica Liddell sobre su idea de teatro, perfectamente aplicable al espectáculo de la otra noche.

En su extraño pero hipnótico blog http://miputaperrera.blogspot.com/ habla Angélica Liddell de los Opinionitas., raza de opinadores sobre el trabajo de los demas a los que detesta meticulosamente. Puede que con este post me haya convertido en uno de ellos. Qué le vamos a hacer.