lunes, 28 de diciembre de 2009

Más guantás da el hambre.

Con el de la otra noche son tres los espectáculos de Animalario que llevamos vistos y con los tres, en mayor o menor medida, nos pasa lo mismo: reconociendo que hay buenas ideas puestas en escena, buenos actores y textos que no son malos, no nos acaba de entusiasmar. Aunque a nuestro alrededor una rehala de silbadores se esté amputando las manos extasiados por la presencia de un famoso de la tele.

Esto pasó la otra noche con Urtain. La historia suena a ya vista: La vida del boxeador maltratado por la vida y por la ambición de los que le rodean, ( tema ya visto en todas las películas de boxeadores, las buenas y las malas) el ocaso del triunfador añorando la sencillez de su infancia ( ya visto en Ciudadano Kane y en otras muchas).

El montaje tiene virtudes que se estrellan por el exceso marca de la casa: Los fogonazos cegadores, los gritos y la música estridente, la procacidad son elementos apropiados para la historia que se está contando hasta el momento mismo en que se excede la medida adecuada, y a partir de ese momento es el espectáculo – y no la historia que se está contando – el que se vuelve cegador, estridente y procaz.

Lo más positivo del montaje es la calidad de sus actores, especialmente Roberto Álamo que hace un trabajo redondo en su papel del boxeador y que es la principal baza de este espectáculo. Lo digo como lo pienso, pero si no fuera así también lo diría porque di tú que me lo encuentro un día y me pide cuentas y, chico, no le duro ni un asalto.

Lo dicho: ni un asalto


lunes, 21 de diciembre de 2009

Líquido Elemento.

Pocas veces se sale de un teatro tan satisfecho como salimos la otra noche tras ver Cabaret Líquido, de Lavi e Bel. El espectáculo, que lleva ya mucho recorrido y estuvo fijo durante más de cien funciones en la Expo del Agua de Zaragoza, es un homenaje a géneros escénicos menores y algunos ya en desuso como el teatro de variedades, el burlesque e incluso las ferias de fenómenos. Sobre esa idea se desarrolla una sucesión de números cómico-musicales entramados con sabiduría que dejan lugar al lucimiento de los cinco actores-cantantes y de los músicos que les acompañan (músicos que, sorpresa, también son actores). Payasos, mimos, tanguistas, “fadistas”, diosas egipcias, geishas, cantaores, travestis, un tío de Alfacar, la Muerte, mujeres de mala vida y hombres de vida peor. Todos caben dentro de cinco actores de extraordinario talento. Lavi e Bel dirige el barco del Cabaret Líquido por la nostalgia del Popurri de Clásicos, el virtuosismo corporal de El Hombre Radio, el lirismo de las Geishas siamesas o la comedia descacharrante del tartazo en la cara (transmutado en bolso de señora) de La Lucha Popescu. Cabaret Líquido ganó el último Premio Max al mejor espectáculo musical y, desde luego, algo tiene este líquido cuando lo bendicen. En su página web , preciosa por cierto, hay videos de los números del espectáculo. El público aplaudió con entusiasmo un montaje impecable, y la Señorita Doolitle y un servidor arrostramos el gélido viento de la calle Molinos reconfortados por el regusto tierno y dulzón, como de pan recién hecho, que siempre deja en el alma un payaso tocando el clarinete.

martes, 8 de diciembre de 2009

Teatro con estrambote.

Dice la leyenda que, cuando Lola Flores se hizo la reina de los tablaos de Madrid, la gente decía: “Mire usted, no canta bien, no baila bien. Pero tiene usted que verla.” Con Rafael Álvarez El Brujo pasa algo parecido. Entiendo que haya gente que una vez visto un espectáculo suyo no quieran repetir. Pero, amigo, si no lo has visto, tienes que verlo.Al Brujo lo vi en directo por primera vez hará veinte años, cuando esta ciudad de Lorca y Maiquez no tenía teatro abierto (y no lo tuvo durante la mayoría de los años noventa), en el salón de actos de alguna facultad. Era la versión teatral de El Pícaro Lucas Trapaza, de Fernán Gómez. Al Brujo le acompañaban Emma Cohen, Vicente Parra y un chico delgadito, de poco pelo y extraordinariamente dotado para la comedia que se llamaba Javier Cámara. Después he visto al Brujo en un par de monólogos (uno de Darío Fo sobre Francisco de Asis y otro , francamente, no lo recuerdo) hasta la semana pasada que vino al Alhambra con El Testigo, de Fernando Quiñones.


Es indiscutible (aunque, si quieres, lo discutimos) que El Brujo tiene una personalidad escénica inimitable. Lo que hace y cómo lo hace sólo lo hace él. Otra cosa es que te guste. Confieso que los dos monólogos que le vi con anterioridad al de la semana pasada me hicieron decir basta. Su tendencia a improvisar, a alejarse del texto tanto que apenas se divisa, acabaron por cansarme. Si el actor abandona el texto, es que el texto no le interesa. Y no puede pretender entonces que me interese a mi. Llegué a la conclusión de que, si nunca habías visto un monólogo de El Brujo, tenías que verlo; pero que, visto uno, vistos todos. Y ahora llega el Brujo y me tira por tierra mi meditada conclusión y me tengo que comer mis palabra como el Tío Gilito se comía su sombrero.


Puede ser que este texto de Quiñones le toque más hondo que otros, pero lo cierto es que esta vez el texto no es una excusa para que el actor despliegue su talento, sino que es el actor – el magnífico actor que es Rafael Álvarez – el que humildemente se pone al servicio de un texto y de un personaje –el anciano cantaor, taciturno y mediocre, que cuenta la historia de otro cantaor, Pantalón, de cante mítico y legendario mal caracter – para darles carne y alma. El Brujo interpreta, el Brujo pretende ser (que es de lo que se trata) un viejo cantaor, valiéndose para ello de todas sus armas: su cuerpecillo exacto, la mirada cambiante, esa voz de mil matices. Y así El Brujo hace teatro, gran teatro, y él es todo el elenco, toda la escenografía y todo el aparato que necesita. Y - en téminos flamencos - hay duende. Y pellizco. No puede evitar el recurso del guiño al público, el trato directo (romper la cuarta pared, que dirían otros aun más redichos que yo. Sí, los hay), pero esta vez el recurso no se fuerza, se hace desde el texto y no al margen del texto, no cansa y se agradece.


Y El Brujo se gana una sonora ovación al terminar su espectáculo. Y entonces viene la sorpresa, el regalo final, “el mandaíco” para los de por aquí: El Brujo, como si no pudiera evitar la travesura de ser él mismo tras una hora aguantándose las ganas, pide silencio en medio de los aplausos y, desprovisto ya del personaje y con la excusa de agradecer la acogida y explicar su relación personal y familiar con el flamenco, nos suelta un nuevo monólogo de diez minutos – supuestamente casual e improvisado – que nos salta las lágrimas de risa. Teatro con propina o teatro con estrambote: un género propio para un actor que tiene su habla propia, sus gestos propios, sus tics y amaneramientos inconfundibles, que a lo mejor lo ves y no te gusta, pero que, insisto, si no lo has visto, tienes que verlo.

martes, 1 de diciembre de 2009

El Sida y otros virus más peligrosos

Tenía pensado hablar de la obra de El Brujo, pero lo voy a tener que dejar para después, porque lo que tengo que decir me quema la boca.

Hoy, 1 de diciembre, es el Dia Internacional Contra el Sida. Y hoy propongo a quien corresponda instituir otro día contra otro virus aún más peligroso: EL Dia Internacional Contra el Fanatismo Religioso. Allá voy.

Esa cosa llamada Intereconomía, que existe gracias al derecho de cada uno a hacer y decir lo que le de la gana sin lesionar a los demás (derecho que, mira tú, los de Intereconomía no reconocen a los que no sean correctos católicos del medievo), tiene esta peculiar opinión (perdón: doctrina) sobre el preservativo como medio de frenar el sida:

Hay que ser animal, racista, clasista, e idiota que cree que los demás somos idiotas. A ver, analicemos:

-- El docto señor que nos ilustra en el video utiliza el término “Africa”, así, en conjunto, con un perceptible aire despectivo-protector como el que usaban nuestras bisabuelas al decir “los negritos” o “los paganitos”

--Debe destacarse el finísimo chiste de la manicura en el tercer mundo. A ver si lo pillo: como no tienen dinero, no se pueden hacer la manicura ¿no?, Como son semianimales, tienen garras de animal ¿es eso? Me desencuaderno de la risa. ¿Y qué tal ahora un chiste sobre lo gorda que tienen la cabeza los niños desnutridos, eh? Y, de nuevo, el tono peyorativo y displicente de este tiparraco de imbecilidad inalcanzable.

--Es importante el dato de que los africanos – recuerden: así, en conjunto – no saben leer ni interpretar dibujos explicativos. El silogismo viene a ser el siguiente: El africano carece de educación / Sin educación no se puede usar preservativo / El africano no puede usar preservativo. Es decir, neguemos la posibilidad de informar y educar al que no sabe, sea de Africa, de Güisconsin o de Fernando Po. Pues muy bien.

--Luego está el asunto de la temperatura a la que deben conservarse los preservativos. Este señor del micrófono no usa, es obvio: para eso es necesario que se te quiera acercar otro ser humano y, con esas cosas que suelta por la boca, a este no se le pegan ni los chicles del suelo. A ver, bonico: los preservativos se conservan en un lugar fresco, seco y no expuestos a la luz del sol (a la sombra, vamos). No se guardan en el frigorífico (que es donde estos señores de Intereconomía guardan su corazón. El cerebro lo tiraron caducado a la basura hace tiempo). Por otra parte la recomendación de guardar en lugar fresco es común a gran número de medicamentos que, por las mismas razones, deberían dejar de suministrarse al tercer mundo. Buena solución, así morirían antes. Y los muertos no pecan

-- Argumenta a su favor que el preservativo falla en un 5% de los casos. Yo debo ser muy tonto, pero para mi ese dato lo que quiere decir – a lo mejor solo yo lo veo así, con mi mente perturbada – que es efectivo en un 95% de los casos. Y, vaya, que se eviten noventa y cinco de cien hipotéticos contagios de sida me parecería todo un éxito. Pero debo ser yo, que soy así de raro.

¡¡Es que oigo estas cosas y me pongo negro!! Lo que sin duda para los de Intereconomía querrá decir que me saldrán unas zarpas tipo Lobezno, que no sabré leer ni interpretar ningún tipo de representación gráfica, que no sabré distinguir el calor del frió ni el sol de la sombra (por eso mis hijos mueren de insolación, no de hambre) y que no mereceré ninguna ventaja de las que sí disfrutan los habitantes del primer mundo. Qué poquísima vergüenza. Que ganas de vomitar.