viernes, 18 de junio de 2010

Mi hermano José

En 1996 un Hombre de Teatro se propuso montar una obra de un escritor poco conocido. La obra hablaba de la libertad y la opresión, de la importancia de la palabra escrita como arma contra la iniquidad, de cómo se derrumban los tiranos cuando el pueblo canta junto, de la fuerza de las flores. Y por un regalo del destino, de esos regalos que nunca se agradecen bastante, participé en ese montaje. Por ese motivo, tuve ocasión de conocer al escritor.

Por entonces el escritor ya pasaba de los setenta, lucía una brillante calva y tenía un aire despistado, un andar soñoliento y un acento cálido y marino que poco después, cuando aumentó su popularidad, se haría muy familiar. Era de trato dulce y reposado y lo último que le interesaba era hablar de él o su obra. Era un escritor sencillo, un oxímoron viviente.

Entre 1996 y 1997 le vi apenas unas seis veces (Un par de cenas con la compañía, el día del estreno, un par de funciones a las que asistió…). Bien me gustaría poder decir que la nuestra fue una gran amistad y que tengo grandes cosas que contar sobre nuestra relación, pero no es así. Pero sí puedo decir algo que tengo perfectamente claro en el recuerdo: la noche del estreno en Madrid, fue camerino por camerino, radiante de felicidad, agradeciendo a todos los actores su trabajo con la misma efusión y la misma humildad. Ello incluyó el camerino de dos actorcillos (los últimos del cartel, los que acababan de empezar y apenas tenían tres frases) en el que se detuvo un buen rato para comentar el espectáculo y darles la enhorabuena por “su gran trabajo”. Luego, con la timidez de los grandes, les ofreció sendos ejemplares dedicados de su última novela. Desde donde escribo veo el lomo del libro, que siempre me evoca su mirada ilusionada y su apacible sonrisa.
Después he sabido más del escritor por sus textos y sus declaraciones de lo que pude saber cuando lo conocí. Y he leído gran parte de su obra, formalmente deslumbrante, comprometida, a veces una mano cálida y a veces un puñetazo donde más se necesita. Y he conocido la grandeza de su pensamiento y sus ideas más que por los sectores que lo apoyaban, por los ataques de los que lo condenaban. Y es que es un honor tener según qué enemigos.
En los próximos días se hablará mucho del escritor. Yo apenas puedo aportar nada, salvo que doy fe de que en las distancias cortas su comportamiento era acorde a sus declaraciones públicas: que el gran escritor traducido a mil idiomas, multipremiado y alabado en todo el planeta, quería que supieras que eras igual que él, sólo un hombre, nada menos que un hombre: su hermano.

martes, 15 de junio de 2010