lunes, 9 de noviembre de 2009

Bogdanovich y James Stewart

Bogdanovich dedica en su libro Las Estrellas de Hollywood uno de los capítulos más extensos y más llenos de afecto personal y admiración profesional a James Stewart. Tuvo ocasión de trabar amistad con el actor y múltiples intentos de trabajar con él (le propuso el protagonista de En el Estanque Dorado unos años antes del Oscar de Henry Fonda – amigo íntimo de Stewart –, pero la cosa no cuajó). Bogdanovich repasa su carrera llena de aciertos, que incluye los títulos más renombrados de los mejores directores de la época (Capra, Ford, Hitchcock, Mann, Preminger…) y hace una defensa – creo que innecesaria – de su talento como actor. En ese sentido, recoge una interesante reflexión que Cary Grant hizo en su madurez sobre su compañero en Historias de Filadelfía: “Jimmy tuvo el mismo impacto en el cine que Marlon Brando varios años después. Tenía la habilidad de hablar con naturalidad. Sabía que, durante una conversación, la gente se interrumpe realmente, y que no siempre es fácil decir lo que uno está pensando. La gente del cine sonoro tardó un tiempo en acostumbrarse a él, pero tuvo un impacto enorme. Y entonces, algunos años después, llegó Marlon e hizo exactamente lo mismo. Pero lo que la gente olvida es que Jimmy lo hizo primero”. Interesante, ¿verdad?

Habla Bogdanovich del cariño que durante décadas profesó el público al actor y de cómo ese cariño podría explicarse con una simple regla de trabajo que Stewart le revelo en una ocasión: “En esta empresa, no puedes tratar al espectador como un cliente, sino como a tu socio”

Stewart participó como piloto de las Fuerzas Aéreas en la segunda guerra mundial, y lo que tuvo que ver y hacer le afectó profundamente, hasta el punto de que se planteó dejar el cine cuando terminase Qué bello es Vivir, su primer compromiso tras la guerra. Empezó a plantearse que el cine se había convertido en una tontería, en algo sin importancia en comparación con lo que había visto, que ser actor no era una profesión útil en el mundo desencantado y súbitamente adulto que siguió al derrocamiento del nazismo. Estas reflexiones llegaron a oídos de Lionel Barrymore, el malo de Qué bello es vivir, que acudió al rescate. “Tengo entendido que quieres dejarlo. Que no crees que la interpretación sea una profesión importante”. “Emmm, bueno… emmm, sí”, balbuceó Stewart empequeñecido por la inmensa autoridad del mítico Barrymore. “Pero no te das cuenta – prosiguió el anciano – de que conmueves a millones de personas, de que das forma a sus vidas, de que les das una razón para elevarse? ¿Qué otra profesión tiene ese poder? Que otra profesión puede ser más importante? Un mal actor es un mal actor, pero un buen actor, jovencito, puede hacer mucho bien. La interpretación es una de las más viejas y nobles profesiones del mundo. No lo olvides”. Por más que las distintas artes narrativas nos quieran convencer de lo contrario, una vida no cambia por una conversación, pero el discurso de Barrymore debió tener cierto efecto en la decisión final de Stewart de seguir en el cine…¡y cómo!





Barrymore, Stewart y la más vieja y noble profesión del mundo.

1 comentario:

Vicky dijo...

Me ha encantado la reflexión de James sobre cómo hay que tratar al público, como a un socio. Me quedo con eso y me lo apunto.