viernes, 1 de mayo de 2009

Dificil de mirar

La otra noche la Señorita Doolittle y yo agotamos el abono del Teatro Alhambra viendo El Año de Ricardo, espectáculo escrito, dirigido y protagonizado por Angélica Liddell, ganadora del último premio Valle Inclán.

Hace unos años compré una camiseta que en el pecho tenía la siguiente inscripción: No soy feo, soy difícil de mirar. Algo parecido le pasa a El Año de Ricardo: no es ni mucho menos un mal espectáculo, pero desde luego es difícil de mirar. En un escenario repleto de objetos cotidianos desparramados en una mezcla incoherente (palangana, kilos y kilos de naranjas, matamoscas, botellines de Heineken, flores de plástico, tablero de ajedrez, farolillos chinos, jabalí disecado!!, fotografías enmarcadas, balas de paja, una cama…), comienza un baile absurdo una especie de Rasputín – alto, serio, barbudo, oscuro - . A los pocos minutos aparece la menuda Angélica Liddell con un maquillaje oriental, en pijama, envuelta en un abrigo, y alzando el dedo corazón al respetable. Desde el mismo momento de su entrada comienza a mascullar entre dientes una veloz sucesión de frases incoherentes y tacos que repite como una letanía o un mantra, y, mientras vomita palabras, lava los pies a Rasputín en la palangana, seduce en francés al jabalí disecado enseñándole el culo – y , de paso, a nosotros - , se afeita las piernas con la misma agua de los pies de Rasputín, también se bebe una poca si la memoria no me falla, trasiega Heineken sin tasa y expulsa sin rubor los consiguientes gases, se revuelca por el suelo, baila con Rasputín… De todo el caos parece deducirse que Angélica Liddell interpreta a un enloquecido dictador (las breves referencias a Ricardo III parecen ser lo único nítido en todo el conjunto) que conversa con su mudo asistente personal.

Así transcurren sus buenos veinticinco minutos. Algunos espectadores – pocos, la verdad – abandonaron la sala. La Señorita Doolittle y yo, atrapados sin posibilidad discreta de huida en el centro de la fila cuatro de ese patio de butacas diseñado por Josef Mengele, recordamos con pánico el cartel que a la puerta del teatro advertía que el espectáculo tenía una duración de dos horas y diez minutos. La angustia por nuestro futuro inmediato fue in crescendo. La Señorita Doolittle - según me confesó después - deseó con todas sus fuerzas que su butaca contara con un botón de eyección que la lanzara lo más lejos posible de Angélica Liddell. Yo recordé la voz en off que antes de iniciarse el espectáculo nos prohibió hacer grabaciones y fotografías y me pregunté – mientras los dos actores empapados en cerveza y sudor fingían un ataque epiléptico – quién en su sano juicio querría hacer grabaciones o fotografías de tamaña sandez.

Y entonces, casi a la media hora de función, casi al límite de tolerancia del espectador medio, se produjo el milagro: tras un prolongado silencio, la Gran Dictadora se encara al público y nos pregunta: ¿qué partido me vais a dar?, frase de inicio de un magnífico monólogo en el que su personaje, representante de todos los detentadores ilegítimos del poder, nos expone (a nosotros, sus cómplices económicos, religiosos, militares y mediáticos) su plan de asunción de las riendas, sus teorías sobre el poder, terroríficas por su simpleza. Y aquí es donde Angelica Liddell se revela como una gran escritora y una magnífica actriz, y la mujer pequeñita y delgada se transforma en un aterrador personaje indudablemente masculino. A partir de ahí la obra alterna nuevos episodios absurdos con espléndidos monólogos de la protagonista (si bien los primeros, oscuramente, van alcanzando cierto significado a la luz de los segundos).

Transcurridas dos horas y diez minutos, aplaudimos sin reparo el maratoniano esfuerzo interpretativo, los destellos de excelente calidad del texto, y el riesgo asumido poniendo en pie un espectáculo atrevido, difícil de mirar, pero que te quiere llevar a alguna parte, sacarte de la indiferencia, de la situación de espectador que espera ser automáticamente complacido. Eso sí: no era necesario que durase dos horas y diez minutos.

Fue una suerte que Josef Mengele no instalara en las butacas el botón de eyección, pero !!qué trabajo le hubiera costado separar un poquito las filas!!

En esta entrevista habla Angélica Liddell sobre su idea de teatro, perfectamente aplicable al espectáculo de la otra noche.

En su extraño pero hipnótico blog http://miputaperrera.blogspot.com/ habla Angélica Liddell de los Opinionitas., raza de opinadores sobre el trabajo de los demas a los que detesta meticulosamente. Puede que con este post me haya convertido en uno de ellos. Qué le vamos a hacer.

No hay comentarios: