sábado, 9 de mayo de 2009

Al final del camino de baldosas amarillas

La semana pasada estuve leyendo la biografía de Judy Garland… Sí, soy un friky, naturalmente. Después de ciento y pico entradas en este blog no sé de qué te extrañas.

Judy Garland parece ser el resultado de una voz prodigiosa, un talento nada desdeñable para la interpretación, una madre controladora y obsesiva, unos cuantos maridos preocupados por hacer sonar la caja registradora, un jefe explotador desde los primeros años de su adolescencia (L. B. Mayer, el que va detrás de Metro y de Goldwin), y mil y un complejos alimentados por toda esa gente encantadora antes mencionada.

La madre de la criatura trajo al mundo cuatro niñas a las que se empeñó en destrozar la infancia obligándolas a actuar en el music-hall. Las tres mayores, cuando tuvieron edad suficiente, mandaron a su madre a donde hay que mandar a este tipo de madres. Pero la más pequeña y vulnerable siguió los deseos y órdenes de su madre, sacrificando su niñez cantando y bailando en teatruchos de mala muerte, hasta que cayó en las fauces del león de la Metro, el ya mencionado L. B. Mayer. De entre las varias historias terroríficas que de esa primera época recoge el libro baste mencionar la costumbre de tener a los niños actores trabajando jornadas interrumpidas de ocho o más horas, llevarlos luego a la enfermería del estudio para provocarles el sueño con narcóticos el tiempo necesario para preparar el plató para la siguiente toma y despertarlos con estimulantes cuando ya estaba todo listo para seguir rodando. Si además, como era el caso de Judy, la estrella estaba un poco rellenita, a las pastillas narcóticas y estimulantes había que unir las adelgazantes. Además, su queridísima mamá tenía la pedagógica manía de comparar a su hija bajita y rellenita con otras adolescentes del estudio que estaban floreciendo maravillosamente (pongamos Lana Turner o Ava Gardner), lo que hacía crecer la inseguridad de la pobre chica, sus miedos y angustias. Pero no era nada que un buen bote de antidepresivos no pudiera solucionar.

De esa felicísima infancia surgió una mujer insegura, inestable, con una salud quebradiza, pasto del insomnio y de desordenes alimenticios que la hacían pasar de la obesidad a un estado esquelético y vuelta a empezar. Precisamente esa salud y ese carácter de cristal la convertían en una mala inversión para los estudios de cine, que le dieron la espalda antes de los treinta años, salvo contadas apariciones posteriores. Y de la época en que estaba semirretirada del cine son sus mejores interpretaciones: Ha nacido una Estrella (con James Mason nadie podía actuar mal) y sus cinco sobrecogedores minutos en Vencedores o Vencidos.

Denostada por los estudios de cine, empezó una carrera de cantante con discos millonarios y giras por todo el planeta, generando una fortuna que fueron devorando sus agentes y maridos, que se ocupaban de tenerla bien provista de las decenas de pastillas que iba necesitando a lo largo del día. Podía levantarse de la cama de un hospital para dar un concierto y volver a postrarse sin dar tiempo a cambiar las sábanas. Un desastre, una piltrafa humana era traída y llevada de un continente a otro y puesta delante del micrófono. Y así hasta que murió, ancianísima, a los cuarenta y siete años.

Pero el público nunca notó nada, porque Judy en escena se transformaba, y el pajarillo mojado sacaba este torrente de voz:

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy bueno tu resumen de la vida de Judy! Yo tmb siempre busco mas y mas acerca de su vida, asi que se podria decir que soy friky como vos!!
Lo que me transmite Judy es indescriptible! La adoro, es impresionante!
Muy bueno tu blog!