lunes, 28 de diciembre de 2009

Más guantás da el hambre.

Con el de la otra noche son tres los espectáculos de Animalario que llevamos vistos y con los tres, en mayor o menor medida, nos pasa lo mismo: reconociendo que hay buenas ideas puestas en escena, buenos actores y textos que no son malos, no nos acaba de entusiasmar. Aunque a nuestro alrededor una rehala de silbadores se esté amputando las manos extasiados por la presencia de un famoso de la tele.

Esto pasó la otra noche con Urtain. La historia suena a ya vista: La vida del boxeador maltratado por la vida y por la ambición de los que le rodean, ( tema ya visto en todas las películas de boxeadores, las buenas y las malas) el ocaso del triunfador añorando la sencillez de su infancia ( ya visto en Ciudadano Kane y en otras muchas).

El montaje tiene virtudes que se estrellan por el exceso marca de la casa: Los fogonazos cegadores, los gritos y la música estridente, la procacidad son elementos apropiados para la historia que se está contando hasta el momento mismo en que se excede la medida adecuada, y a partir de ese momento es el espectáculo – y no la historia que se está contando – el que se vuelve cegador, estridente y procaz.

Lo más positivo del montaje es la calidad de sus actores, especialmente Roberto Álamo que hace un trabajo redondo en su papel del boxeador y que es la principal baza de este espectáculo. Lo digo como lo pienso, pero si no fuera así también lo diría porque di tú que me lo encuentro un día y me pide cuentas y, chico, no le duro ni un asalto.

Lo dicho: ni un asalto


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