domingo, 29 de julio de 2012

El Síndrome de Popescu

Lissandro Popescu
Confieso que no pocas veces siento la envidia del provinciano por el inmediato acceso que en Madrid o Barcelona tienen a espectáculos de primer nivel (estoy pensando en el montaje de Follies, del Español, que no iba a venir de gira por Granada aunque el bueno de Mario Gas no hubiera sido destituido por sus problemas con la Botella). Pero, mira por donde, de vez en cuando Granada se convierte en capital teatral de primer orden y me imagino envidiado por los pobres madrileños que no pueden ver el gran montaje que yo tengo al lado de casa. Sí, de vez en cuando: al menos cada vez que hay un estreno de Lavi e Bel.  Tres espectáculos consecutivos de matrícula de honor sólo los hace esta gente. Cabaret Liquido  y  La Barraca del Zurdo se ganaron mi admiración y mi futuro interés por esta compañía, pero el Cabaret Popescu me convierte en irredento admirador, ciego prosélito y, si hace falta,  violento defensor  de este manantial inagotable de talento. Y que conste que estoy siendo objetivo.

La Chana Popescu, Juan Parejo Popescu y Anyolí Popescu
En Cabaret Popescu, Lavi e Bel rescata números y personajes de los montajes anteriores para hacer algo distinto, entre otras cosas porque ahora tú eres parte del espectáculo. No por haber visto Cabaret Líquido has visto Cabaret Popescu: Hay mucha diferencia entre un refrito y un Renacimiento.

Roberto Popescu
El espectador desprevenido, mientras le pican su entrada, va con la idea de que tras la cena viene la función, pero la función, amigo mío, ya ha comenzado, la fábrica de personajes está a pleno rendimiento: porteños bravucones, delirantes artistas “de Lusssena”, locazas adorables, percusionistas aflamencados procedentes de otra galaxia y tiernas jorobaditas  te reciben con besos y abrazos, te llevan a tu mesa, te preguntan por la salud, te hacen mimitos y te traen comida. La trouppe revolotea entre las mesas mientras la gente se acomoda y te convierte en parte del espectáculo, te invita a jugar y juegas. Y entre plato y plato, se van sucediendo los números. Como la sorpresa es gran parte de la gracia, prefiero no contar nada del contenido. Sí puedo decir, porque es algo que sabe todo el que haya visto los espectáculos anteriores, que los miembros del reparto, todos, emplazan en la perfección su talento para este género y que el responsable de todo esto (que andaba por allí, discretamente, entre las mesas) ha creado un estilo de espectáculo propio, encantador y divertidísimo, que merece no un premio Max, sino uno por año. No se puede hacer mejor.
EL Kiki Popescu

Y así más de cuatro horas pasan en unos minutos. Y el espectador, al terminar, desarrolla algo parecido al Síndrome de Estocolmo, pero distinto. El Síndrome de Popescu: Cuando termina el espectáculo nadie te retiene, pero no te quieres ir, porque sientes que no hay mejor plan que quedarse a vivir siempre con esta panda de locos arrebatadores.

Desde el jueves, la Señorita Doolittle va por la casa cantando por Gardel y Cole Porter, andando a lo egipcio, haciendo ruiditos de radio vieja y soplando en una botella. Dice que no piensa parar hasta que volvamos al Popescu. Tendremos que volver.

1 comentario:

Unknown dijo...

Desde luego es un privilegio tener a Lavi E Bel en Granada. Son el mejor estandarte que hemos tenido en mucho tiempo de nuestra cultura escénica. Y espero que por muchísimo tiempo más...