lunes, 14 de febrero de 2011

El humo ciega tus ojos

Hoy publica El País que los responsables del musical Hair, que se representa en Barcelona, han sido amonestados porque los actores fuman en escena. Hace unos días, hablando con una actriz de las muchas buenas que da esta tierra, surgió la duda sobre si la última reforma legal impediría incluir cigarros encendidos en los montajes teatrales. Yo me posicioné rápidamente con una sonrisa de suficiencia: “No, mujer, no puede ser. Eso sería como detener por escándalo público a los actores que hagan un desnudo en escena. O como si a Montserrat Caballé le miden los decibelios por si supera los niveles de ruido permitidos por la Ley. Sería absurdo” Bueno, pues hoy, dejando de lado la lógica jurídica y cogiendo el BOE, descubro que yo estaba equivocado. Prohibir que un actor, por exigencias del libreto - que en determinados casos son exigencias indispensables para dar realismo histórico o sociológico a lo que se está representando - , encienda un cigarrillo en escena es Ley. Es absurdo, pero es legal. A continuación, el rollo jurídico:

"" Artículo 7.- Prohibición de fumar

Se prohíbe fumar, además de en aquellos lugares o espacios definidos en la normativa de las Comunidades Autónomas, en:

a) Centros de trabajo públicos y privados, salvo en los espacios al aire libre.

(...)

v) Salas de teatro, cine y otros espectáculos públicos que se realizan en espacios cerrados.””

Es absurdo, pero sí: Si fumas en escena, de acuerdo con el artículo siete de la ley, tal como queda redactada tras la reforma, el actor estaría conculcando los apartados a y v del artículo 7. Incluso (esto es interpretación mía, ya puestos a nadar en el más absoluto desquiciamiento) el empresario o el director estaría forzando a fumar a sus trabajadores, lo cual supongo que estará aún más castigado. Esto es una imbecilidad, y lo digo como convencido no fumador.


Es cierto que el problema tiene una solución fácil: Fingir la acción, fumar cigarrillos especiales, que no contengan tabaco, pero que tengan una combustión semejante a los cigarrillos de verdad, del mismo modo que cuando el personaje bebe whisky el actor bebe té o agua tintada (bueno, hay actores que exigen que sea whisky de verdad, y del bueno, pero eso es otra cuestión). Imagino que esto hará tiempo que se viene haciendo. Estos días en el Teatro Español de Madrid, el elenco de Un Tranvía Llamado Deseo fuma – y mucho – en escena, así que tengo que suponer que es falso tabaco.

Nunca he fumado. No me gusta que mi casa huela a tabaco. Y odiaba tener que meter toda la ropa en la lavadora después de pasar un rato en un bar. Pero en los lugares públicos nunca me ha molestado especialmente el humo de los demás, salvo cuando el ambiente se recargaba demasiado. Si sólo pienso en mí, estoy encantado con la nueva ley: las pocas molestias que me causaba el humo de los demás han desaparecido. Pero si pienso en la colectividad, en el conjunto de derechos en colisión en este asunto, me surgen dudas sobre la perfección de la norma. No sé si ha legislado en exceso. Siempre es igual: si no nos quedamos cortos es porque nos hemos pasado.


Y volviendo al teatro, ya que el legislador se ha preocupado tanto de los efectos nocivos que puedan tener cuatro, cinco, diez cigarrillos consumidos en un lapso de dos horas ante cientos de personas en un espacio de varios cientos de metros cuadrados, ¿por qué no legisla contra el humo ese de las narices para hacer niebla falsa de teatro, que se parece tanto a la niebla como yo a Brad Pitt, con el molesto ruido silbante de su maquinaria y su aún más molesto olor entre crematorio y fogata de vertedero, y que hace toser a los de las primeras filas más que una novicia en un fumadero de opio?


Y todo esto justo ahora que Sara Montiel va a hacer su regreso triunfal a los escenarios con su espectáculo “Mascando chicle de nicotina espero/ al hombre que yo quiero”. Mecachis.

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