



Estrenamos la otra noche
Vimos “Regreso al Hogar” de Harold Pinter, en producción conjunta del Teatro Español y el Centre D’Arts Escèniques de Reus, un texto sobre el horror en que pueden convertirse las relaciones familiares, sobre convivir odiándose y enfermando de rencor. Con una forma aparentemente realista, de improviso se cuela el esperpento y el teatro del absurdo con una intencionalidad en ocasiones difícil de entender. El texto es interesante aunque a ratos decae y resulta, en conjunto, demasiado largo. Habría que preguntarse si el teatro del absurdo, que cumplió una importante función en un momento determinado del siglo XX, no está ya definitivamente muerto. Nada que objetar, por el contrario a la compañía: estupendos los seis integrantes del reparto, sin perjuicio de que haya papeles que permiten un gran lucimiento (el padre - causante de las deformidades de espíritu de sus tres hijos y que ahora, a la vejez, va a recoger su amarga cosecha - a cargo de un impresionante Francesc Luchetti, a quien no tenía el gusto de conocer) y otros francamente anodinos (el de la esposa, con el que no se puede hacer más que lo que vimos la otra noche).
En el video que he encontrado, con el reparto original - Tristán Ulloa y Ana Fernández no se han incorporado a la gira - , da una buena idea del aire que se respira en el montaje: La familia que se odia unida, permanece unida.
Clift, antes y después.
Bogdánovich en los primeros años sesenta trabajaba en un cine dedicado a proyecciones especiales de homenaje con la asistencia de los actores o directores homenajeados. Con motivo de la proyección de “Yo Confieso”, de Hitchcock, asistió Montgomery Clift, protagonista de la cinta. La película es anterior al accidente, y allí estaba ese hombrecillo nervioso asistiendo a la proyección de aquella película protagonizada por un joven de rasgos perfectos con el que guardaba un cierto parecido.
El joven Bogdanovich, vio como a mitad de proyección Clift se levantaba de su asiento y se dirigía al vestíbulo a fumar un cigarrillo. Lo siguió, le dijo que trabajaba en aquel cine y que le gustaba mucho esa película y su trabajo en ella. Clift parecía no escucharlo. Sus manos retorcían un pañuelo y sus ojos, alterados, parecían mirar muy lejos. Bogdanovich le oyó mascullar “Es duro... Sí, es muy duro, chico” y el joven entendió a qué se estaba refiriendo. Entonces Bogdanovich tuvo una inspiración: “Señor Clift, me gustaría mucho que viera una cosa – dijo, mientras lo conducía hacía una mesa del vestíbulo en la que había un gran libro – Verá, hemos puesto este libro para que el público nos sugiera qué películas cree que deberíamos proyectar. Y mire esto...” Clift atendía amablemente pero sin demasiado interés al joven hasta que leyó lo que Bogdánovich le mostraba: alguien, con grandes y terminantes letras, había escrito en el libro: CUALQUIERA DE MONTGOMERY CLIFT. Al rostro prematuramente envejecido del actor asomó una pálida sonrisa y sus ojos se humedecieron. Balbuceó un escueto agradecimiento y corrió a esconder su emoción en la seguridad de la sala oscura, dejando a Bogdanovich en el vestíbulo desierto.
De “From here to Eternity”, una de las escenas más recordadas, con las lágrimas de Clift, como las que pudo ver Bogdanovich unos años después.