jueves, 28 de enero de 2010
Volando voy.
miércoles, 27 de enero de 2010
Supera eso.
No quisiera estar en el pellejo del productor de la próxima ceremonia de entrega de los Premios Tony´s, los premios teatrales de EE.UU. Lo digo porque, concebido como espectáculo televisivo, la emisión de cada año debe superar a la anterior. Y a ver cómo se supera un número de apertura en el que sólo en once minutos, cruzando números y mezclando canciones de los distintos espectáculos, actúan Elton John, Stockard Channing, Dolly Parton, Allyson Janney, Liza Minnelly, y los repartos y cuerpos de baile de West Side Story, Guys and Dolls, Rock og Ages, Shrek y Hair, terminando estos últimos cantando “Let the Sunshine” al que se unen todos los anteriores y buena parte del público. Todo el teatro musical de Broadway condensado en un solo número. En total, varios cientos de artistas entrando y saliendo sin ningún error (o casi). Merece la pena verlo entero (está en dos partes). A mi me parece una verdadera maravilla y “Let the Sunshine” siempre me pone de buen humor.
miércoles, 20 de enero de 2010
Mi cuento de Navidad de Dickens
Pero volviendo a Nuestro Común Amigo, es ésta una novela madura, densa en ocasiones – es

Ya he cantado aquí en alguna ocasión las alabanzas que en mi opinión merece la BBC por llevar décadas adaptando con exactitud y preciosismo las grandes obras de su literatura en series y miniseries. Su empeño le lleva incluso a retomar novelas ya adaptadas en años anteriores para rehacerlas con nuevos equipos artísticos y técnicos. Así, IMDB da cuenta de hasta tres adaptaciones de Nuestro Común Amigo, la última de las cuales, de 1997, puedes obtener subtitulada al castellano en el proveedor habitual de archivos que comparte nombre con el híbrido estéril que resulta de la cruza entre la yegua y el burro o asno...Voy por el tercero de los cuatro capítulos y puedo decir que es lo máximo que se le puede pedir a una adaptación. Los ingleses cocinar no, pero esto de las adaptaciones televisivas lo tienen dominado.
lunes, 4 de enero de 2010
Atrapando el Instante (9)



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lunes, 28 de diciembre de 2009
Más guantás da el hambre.
Esto pasó la otra noche con Urtain. La historia suena a ya vista: La vida del boxeador maltratado por la vida y por la ambición de los que le rodean, ( tema ya visto en todas las películas de boxeadores, las buenas y las malas) el ocaso del triunfador añorando la sencillez de su infancia ( ya visto en Ciudadano Kane y en otras muchas).
El montaje tiene virtudes que se estrellan por el exceso marca de la casa: Los fogonazos cegadores, los gritos y la música estridente, la procacidad son elementos apropiados para la historia que se está contando hasta el momento mismo en que se excede la medida adecuada, y a partir de ese momento es el espectáculo – y no la historia que se está contando – el que se vuelve cegador, estridente y procaz.
Lo más positivo del montaje es la calidad de sus actores, especialmente Roberto Álamo que hace un trabajo redondo en su papel del boxeador y que es la principal baza de este espectáculo. Lo digo como lo pienso, pero si no fuera así también lo diría porque di tú que me lo encuentro un día y me pide cuentas y, chico, no le duro ni un asalto.

Lo dicho: ni un asalto
lunes, 21 de diciembre de 2009
Líquido Elemento.

martes, 8 de diciembre de 2009
Teatro con estrambote.

Es indiscutible (aunque, si quieres, lo discutimos) que El Brujo tiene una personalidad escénica inimitable. Lo que hace y cómo lo hace sólo lo hace él. Otra cosa es que te guste. Confieso que los dos monólogos que le vi con anterioridad al de la semana pasada me hicieron decir basta. Su tendencia a improvisar, a alejarse del texto tanto que apenas se divisa, acabaron por cansarme. Si el actor abandona el texto, es que el texto no le interesa. Y no puede pretender entonces que me interese a mi. Llegué a la conclusión de que, si nunca habías visto un monólogo de El Brujo, tenías que verlo; pero que, visto uno, vistos todos. Y ahora llega el Brujo y me tira por tierra mi meditada conclusión y me tengo que comer mis palabra como el Tío Gilito se comía su sombrero.
Puede ser que este texto de Quiñones le toque más hondo que otros, pero lo cierto es que esta vez el texto no es una excusa para que el actor despliegue su talento, sino que es el actor – el magnífico actor que es Rafael Álvarez – el que humildemente se pone al servicio de un texto y de un personaje –el anciano cantaor, taciturno y mediocre, que cuenta la historia de otro cantaor, Pantalón, de cante mítico y legendario mal caracter – para darles carne y alma. El Brujo interpreta, el Brujo pretende ser (que es de lo que se trata) un viejo cantaor, valiéndose para ello de todas sus armas: su cuerpecillo exacto, la mirada cambiante, esa voz de mil matices. Y así El Brujo hace teatro, gran teatro, y él es todo el elenco, toda la escenografía y todo el aparato que necesita. Y - en téminos flamencos - hay duende. Y pellizco. No puede evitar el recurso del guiño al público, el trato directo (romper la cuarta pared, que dirían otros aun más redichos que yo. Sí, los hay), pero esta vez el recurso no se fuerza, se hace desde el texto y no al margen del texto, no cansa y se agradece.
Y El Brujo se gana una sonora ovación al terminar su espectáculo. Y entonces viene la sorpresa, el regalo final, “el mandaíco” para los de por aquí: El Brujo, como si no pudiera evitar la travesura de ser él mismo tras una hora aguantándose las ganas, pide silencio en medio de los aplausos y, desprovisto ya del personaje y con la excusa de agradecer la acogida y explicar su relación personal y familiar con el flamenco, nos suelta un nuevo monólogo de diez minutos – supuestamente casual e improvisado – que nos salta las lágrimas de risa. Teatro con propina o teatro con estrambote: un género propio para un actor que tiene su habla propia, sus gestos propios, sus tics y amaneramientos inconfundibles, que a lo mejor lo ves y no te gusta, pero que, insisto, si no lo has visto, tienes que verlo.