lunes, 11 de mayo de 2009

Honoris Causa

Parece que al final Julián Muñoz no va a participar en los cursos de verano de la Universidad Rey Juan Carlos. Los responsables del curso, que la semana pasada decían no-no-verá-usté-es-que-claro-según-se-mire, hoy dicen no-no-yo-no-dije-digo-que-dije-diego. La opinión pública (esa cosa) ha puesto el grito en el cielo y- esta vez sí - con razón. El listo que lo invitó para que el curso Periodismo y Corrupción Política fuera el mas publicitado de la historia de la Universidad Española, argumentaba a favor de la idea que, hombre, quién mejor para hablar del tema. Ah, y que no iba a cobrar, que Don Julián iba a hacer un esfuercico e iba a seguir tirando de bolsa de basura para pasar el veraneo. Claaaaaaaaaaaaaaaaaro, porque todos sabemos que participar como ponente en cursos universitarios, no es un honor que ha de ser indubitadamente merecido, qué va, es solo una cuestión pecuniaria, en la que nada tienen que ver factores como el prestigio profesional, la valía demostrada durante décadas, la excelencia de trabajos y publicaciones previas y minucias por el estilo. Espero que el Rector correspondiente le haya pegado un buen tirón de orejas al que defecó la ideita finalmente abortada, salvo que (la duda me atosiga) la libertad de cátedra ampare las memeces.

Las orejas del que tuvo la idea de invitar a Julían Muñoz, despues de entrevistarse con el Rector


No obstante y dado que publicitariamente el fenómeno ha sido todo un éxito, estoy proyectando los PRIMEROS CURSOS DE VERANO EL INGENIO DE LA ESCALERA, con los siguientes profesores y ponencias:

Prof. D. Jack Ripper
Ponencia: Cirugía recreativa


Prof. D. José María Martínez-Bordiú y Bassó de Roviralta
Ponencia: La degeneración del cortex cerebral por el consumo habitual de psicotrópicos


Prof. D. Michael Corleone
Ponencia: La empresa familiar y los retos del nuevo milenio


Prof. D. Joseph Fritzl
Ponencia: Nuevas estructuras familiares


Prof. Dª. Monica Levinski
Ponencia: Técnicas anti-stress para altos cargos


Prof. D. Antonio Rivero Crespo
Ponencia: Higiene Dental y Tercera Edad


Prof. D. Hannibal Lecter
Ponencia: Nutrición y Disfunciones del Comportamiento

sábado, 9 de mayo de 2009

Al final del camino de baldosas amarillas

La semana pasada estuve leyendo la biografía de Judy Garland… Sí, soy un friky, naturalmente. Después de ciento y pico entradas en este blog no sé de qué te extrañas.

Judy Garland parece ser el resultado de una voz prodigiosa, un talento nada desdeñable para la interpretación, una madre controladora y obsesiva, unos cuantos maridos preocupados por hacer sonar la caja registradora, un jefe explotador desde los primeros años de su adolescencia (L. B. Mayer, el que va detrás de Metro y de Goldwin), y mil y un complejos alimentados por toda esa gente encantadora antes mencionada.

La madre de la criatura trajo al mundo cuatro niñas a las que se empeñó en destrozar la infancia obligándolas a actuar en el music-hall. Las tres mayores, cuando tuvieron edad suficiente, mandaron a su madre a donde hay que mandar a este tipo de madres. Pero la más pequeña y vulnerable siguió los deseos y órdenes de su madre, sacrificando su niñez cantando y bailando en teatruchos de mala muerte, hasta que cayó en las fauces del león de la Metro, el ya mencionado L. B. Mayer. De entre las varias historias terroríficas que de esa primera época recoge el libro baste mencionar la costumbre de tener a los niños actores trabajando jornadas interrumpidas de ocho o más horas, llevarlos luego a la enfermería del estudio para provocarles el sueño con narcóticos el tiempo necesario para preparar el plató para la siguiente toma y despertarlos con estimulantes cuando ya estaba todo listo para seguir rodando. Si además, como era el caso de Judy, la estrella estaba un poco rellenita, a las pastillas narcóticas y estimulantes había que unir las adelgazantes. Además, su queridísima mamá tenía la pedagógica manía de comparar a su hija bajita y rellenita con otras adolescentes del estudio que estaban floreciendo maravillosamente (pongamos Lana Turner o Ava Gardner), lo que hacía crecer la inseguridad de la pobre chica, sus miedos y angustias. Pero no era nada que un buen bote de antidepresivos no pudiera solucionar.

De esa felicísima infancia surgió una mujer insegura, inestable, con una salud quebradiza, pasto del insomnio y de desordenes alimenticios que la hacían pasar de la obesidad a un estado esquelético y vuelta a empezar. Precisamente esa salud y ese carácter de cristal la convertían en una mala inversión para los estudios de cine, que le dieron la espalda antes de los treinta años, salvo contadas apariciones posteriores. Y de la época en que estaba semirretirada del cine son sus mejores interpretaciones: Ha nacido una Estrella (con James Mason nadie podía actuar mal) y sus cinco sobrecogedores minutos en Vencedores o Vencidos.

Denostada por los estudios de cine, empezó una carrera de cantante con discos millonarios y giras por todo el planeta, generando una fortuna que fueron devorando sus agentes y maridos, que se ocupaban de tenerla bien provista de las decenas de pastillas que iba necesitando a lo largo del día. Podía levantarse de la cama de un hospital para dar un concierto y volver a postrarse sin dar tiempo a cambiar las sábanas. Un desastre, una piltrafa humana era traída y llevada de un continente a otro y puesta delante del micrófono. Y así hasta que murió, ancianísima, a los cuarenta y siete años.

Pero el público nunca notó nada, porque Judy en escena se transformaba, y el pajarillo mojado sacaba este torrente de voz:

miércoles, 6 de mayo de 2009

Cómo ser John Falstaff

Una vez, en el Show de Dean Martin, Orson Welles se animó a quitarse todo el maquillaje… ¡¡Y debajo estaba Sir John Falstaff!!

viernes, 1 de mayo de 2009

Dificil de mirar

La otra noche la Señorita Doolittle y yo agotamos el abono del Teatro Alhambra viendo El Año de Ricardo, espectáculo escrito, dirigido y protagonizado por Angélica Liddell, ganadora del último premio Valle Inclán.

Hace unos años compré una camiseta que en el pecho tenía la siguiente inscripción: No soy feo, soy difícil de mirar. Algo parecido le pasa a El Año de Ricardo: no es ni mucho menos un mal espectáculo, pero desde luego es difícil de mirar. En un escenario repleto de objetos cotidianos desparramados en una mezcla incoherente (palangana, kilos y kilos de naranjas, matamoscas, botellines de Heineken, flores de plástico, tablero de ajedrez, farolillos chinos, jabalí disecado!!, fotografías enmarcadas, balas de paja, una cama…), comienza un baile absurdo una especie de Rasputín – alto, serio, barbudo, oscuro - . A los pocos minutos aparece la menuda Angélica Liddell con un maquillaje oriental, en pijama, envuelta en un abrigo, y alzando el dedo corazón al respetable. Desde el mismo momento de su entrada comienza a mascullar entre dientes una veloz sucesión de frases incoherentes y tacos que repite como una letanía o un mantra, y, mientras vomita palabras, lava los pies a Rasputín en la palangana, seduce en francés al jabalí disecado enseñándole el culo – y , de paso, a nosotros - , se afeita las piernas con la misma agua de los pies de Rasputín, también se bebe una poca si la memoria no me falla, trasiega Heineken sin tasa y expulsa sin rubor los consiguientes gases, se revuelca por el suelo, baila con Rasputín… De todo el caos parece deducirse que Angélica Liddell interpreta a un enloquecido dictador (las breves referencias a Ricardo III parecen ser lo único nítido en todo el conjunto) que conversa con su mudo asistente personal.

Así transcurren sus buenos veinticinco minutos. Algunos espectadores – pocos, la verdad – abandonaron la sala. La Señorita Doolittle y yo, atrapados sin posibilidad discreta de huida en el centro de la fila cuatro de ese patio de butacas diseñado por Josef Mengele, recordamos con pánico el cartel que a la puerta del teatro advertía que el espectáculo tenía una duración de dos horas y diez minutos. La angustia por nuestro futuro inmediato fue in crescendo. La Señorita Doolittle - según me confesó después - deseó con todas sus fuerzas que su butaca contara con un botón de eyección que la lanzara lo más lejos posible de Angélica Liddell. Yo recordé la voz en off que antes de iniciarse el espectáculo nos prohibió hacer grabaciones y fotografías y me pregunté – mientras los dos actores empapados en cerveza y sudor fingían un ataque epiléptico – quién en su sano juicio querría hacer grabaciones o fotografías de tamaña sandez.

Y entonces, casi a la media hora de función, casi al límite de tolerancia del espectador medio, se produjo el milagro: tras un prolongado silencio, la Gran Dictadora se encara al público y nos pregunta: ¿qué partido me vais a dar?, frase de inicio de un magnífico monólogo en el que su personaje, representante de todos los detentadores ilegítimos del poder, nos expone (a nosotros, sus cómplices económicos, religiosos, militares y mediáticos) su plan de asunción de las riendas, sus teorías sobre el poder, terroríficas por su simpleza. Y aquí es donde Angelica Liddell se revela como una gran escritora y una magnífica actriz, y la mujer pequeñita y delgada se transforma en un aterrador personaje indudablemente masculino. A partir de ahí la obra alterna nuevos episodios absurdos con espléndidos monólogos de la protagonista (si bien los primeros, oscuramente, van alcanzando cierto significado a la luz de los segundos).

Transcurridas dos horas y diez minutos, aplaudimos sin reparo el maratoniano esfuerzo interpretativo, los destellos de excelente calidad del texto, y el riesgo asumido poniendo en pie un espectáculo atrevido, difícil de mirar, pero que te quiere llevar a alguna parte, sacarte de la indiferencia, de la situación de espectador que espera ser automáticamente complacido. Eso sí: no era necesario que durase dos horas y diez minutos.

Fue una suerte que Josef Mengele no instalara en las butacas el botón de eyección, pero !!qué trabajo le hubiera costado separar un poquito las filas!!

En esta entrevista habla Angélica Liddell sobre su idea de teatro, perfectamente aplicable al espectáculo de la otra noche.

En su extraño pero hipnótico blog http://miputaperrera.blogspot.com/ habla Angélica Liddell de los Opinionitas., raza de opinadores sobre el trabajo de los demas a los que detesta meticulosamente. Puede que con este post me haya convertido en uno de ellos. Qué le vamos a hacer.

lunes, 20 de abril de 2009

Atrapando el Instante (5)


Cary Grant,
esperando a que escampe.



Bill Evans y Bobby Darin,
admirándose el peinado.


Miguel Mihura,
pasándolo fenomenal.


Bette Davis,
riéndose (de alguna maldad probablemente).


Chet Baker,
fumándose una trompeta.



Marlon Brando,
...emmm...¿levitando?

jueves, 16 de abril de 2009

Hoy es el Día Internacional de la Voz

Celebrémoslo como se debe:

Harry el Tierno

Clint Eastwood lleva al menos quince años haciendo bien todo lo que hace. Y Gran Torino está dentro de lo mejor de su producción. No creo que a estas alturas - 79 años a sus espaldas – tenga intención de redimirse de nada, pero Gran Torino podría leerse como la redención del polémico Harry El Sucio en una historia llena de ternura sobre lo alto que se puede volar deslastrándonos de los prejuicios y la violencia. Además sirve para confirmar una vez más que el gran director es también un gran actor (incluso de comedia!! … ese par de momentos a lo Walter Matthau!!).

Para cargarme de razón entro en la Wikipedia y pongo “Clint Eastwood”, y entre las películas que este ancianito ha dirigido (y normalmente escrito y protagonizado) en las últimas dos décadas no encuentro ninguna que no sea recomendable y sí muchas de visionado imprescindible: Bird ,Cazador blanco, corazón negro, Sin perdón, Un mundo perfecto, Los puentes de Madison, Poder absoluto, Medianoche en el jardín del bien y del mal, Ejecución inminente, Space Cowboys, Mistic River. Million Dollar Baby, Cartas desde Iwo Jima y Banderas de nuestros padres … No está mal para un jubilado, ¿eh?... Toda una lección de humildad para tanto pesao que hace un cortometraje en su cuarto de estar y ya cree que su obra es digna de viajar en la sonda Voyager.

La Señorita Doolitle salió tan satisfecha de Gran Torino que pocos días después accedió a ver Sin Perdón en DVD, proyección celebrada con una cerrada ovación final en nuestro cuarto de estar. Rescatada así la Señorita Doolitle para la causa Eastwood, solo me queda conseguir que no me lo confunda más con Chuck Norris y Charles Bronson (pa matarla, lo sé …)

Otra cosa más sobre Clint Eastwood: como a toda persona sensible e inteligente, le pirra el Jazz… Aquí lo vemos intentando que no se le caiga la baba sobre el teclado de Dave Brubeck en el documental “Piano Blues” que dirigió para la serie Martin Scorsese Presents the Blues'