viernes, 23 de octubre de 2009

Atrapando el Instante (8)

Anton Karas,
tocando la cítara para Carol Reed.
Perry Smith y Truman Capote,
contando los minutos.
Coltrane, Adderley, Davis y Evans,
improvisando una cosilla.
Buster Keaton,
posando con un muñeco (el muñeco, a la izquierda).
Chaplin,
intentado mejorar la foto de Buster Keaton.
Wayne y Sinatra,
comparando peluquines.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Queridísimo Papá

Estrenamos la otra noche la Temporada 2009-2010 del Teatro Alhambra, notando de nuevo la imperdonable falta de una alfombra roja que tuviera el honor de ser hollada por los Gucchi de la Señorita Doolitle.

Vimos “Regreso al Hogar” de Harold Pinter, en producción conjunta del Teatro Español y el Centre D’Arts Escèniques de Reus,un texto sobre el horror en que pueden convertirse las relaciones familiares, sobre convivir odiándose y enfermando de rencor. Con una forma aparentemente realista, de improviso se cuela el esperpento y el teatro del absurdo con una intencionalidad en ocasiones difícil de entender. El texto es interesante aunque a ratos decae y resulta, en conjunto, demasiado largo. Habría que preguntarse si el teatro del absurdo, que cumplió una importante función en un momento determinado del siglo XX, no está ya definitivamente muerto. Nada que objetar, por el contrario a la compañía: estupendos los seis integrantes del reparto, sin perjuicio de que haya papeles que permiten un gran lucimiento (el padre - causante de las deformidades de espíritu de sus tres hijos y que ahora, a la vejez, va a recoger su amarga cosecha - a cargo de un impresionante Francesc Luchetti, a quien no tenía el gusto de conocer) y otros francamente anodinos (el de la esposa, con el que no se puede hacer más que lo que vimos la otra noche).

En el video que he encontrado, con el reparto original - Tristán Ulloa y Ana Fernández no se han incorporado a la gira - , da una buena idea del aire que se respira en el montaje: La familia que se odia unida, permanece unida.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Bogdanovich y Montgomery Clift

Me he regalado el espléndido libro Las Estrellas de Hollywood de Peter Bogdanovich (me gusta más el título original “Who the Hell’s in it”, algo así como “¿Quién demonios salía?”). Bogdánovich repasa sus experiencias personales con grandes estrellas del Hollywood clásico y, por tanto, nos están todos los que son ni son todos los que están: Son, simplemente, aquellos con los que Bogdanovich tuvo alguna relación, ya sea de años o de minutos. Es un texto sentido y nostálgico (Bogdanovich viene a ser como Garci: carrera de director herida de muerte, pero respetadísimo como estudioso de cine clásico), lleno de anécdotas vividas en primer persona. El breve capítulo dedicado a Montgomery Clift cuenta con afecto la única vez que Bogdanovich lo trató personalmente y es, desde luego, una historia digna de ser contada.

Puede decirse que Clift fue la primera estrella de Hollywood proveniente del famoso Método. Empieza su carrera unos años antes que Brando, y prefigura a actores como el sobrevalorado James Dean y el imprescindible Paul Newman. Sin perjuicio de ser un magnífico actor, es claro que buena parte del éxito de Clift se debió a su belleza, que le convirtió en los primeros años de su carrera en ídolo de adolescentes. Como es sabido, Clift sufrió un espeluznante accidente de tráfico en medio del rodaje de El Árbol de la Vida que le desfiguró salvajemente el rostro. Los médicos consiguieron dejarlo casi como antes, pero ese “casi” irrecuperable se llevó toda su adorada belleza. La película siguió rodándose y se estrenó con tomas anteriores y posteriores al accidente. Aún hoy resulta estremecedor ver El Arbol de la Vida, en la que parece que el mismo papel esté interpretado por dos hermanos: el guapo y el normalito. Las secuelas del accidente, unidas a su crecientes problemas personales (las drogas, la angustia que le generaba tener que ocultar su homosexualidad...) le llevaron cuesta abajo hasta su muerte en 1966, con tan solo 46 años.

Clift, antes y después.

Bogdánovich en los primeros años sesenta trabajaba en un cine dedicado a proyecciones especiales de homenaje con la asistencia de los actores o directores homenajeados. Con motivo de la proyección de “Yo Confieso”, de Hitchcock, asistió Montgomery Clift, protagonista de la cinta. La película es anterior al accidente, y allí estaba ese hombrecillo nervioso asistiendo a la proyección de aquella película protagonizada por un joven de rasgos perfectos con el que guardaba un cierto parecido.

El joven Bogdanovich, vio como a mitad de proyección Clift se levantaba de su asiento y se dirigía al vestíbulo a fumar un cigarrillo. Lo siguió, le dijo que trabajaba en aquel cine y que le gustaba mucho esa película y su trabajo en ella. Clift parecía no escucharlo. Sus manos retorcían un pañuelo y sus ojos, alterados, parecían mirar muy lejos. Bogdanovich le oyó mascullar “Es duro... Sí, es muy duro, chico” y el joven entendió a qué se estaba refiriendo. Entonces Bogdanovich tuvo una inspiración: “Señor Clift, me gustaría mucho que viera una cosa – dijo, mientras lo conducía hacía una mesa del vestíbulo en la que había un gran libro – Verá, hemos puesto este libro para que el público nos sugiera qué películas cree que deberíamos proyectar. Y mire esto...” Clift atendía amablemente pero sin demasiado interés al joven hasta que leyó lo que Bogdánovich le mostraba: alguien, con grandes y terminantes letras, había escrito en el libro: CUALQUIERA DE MONTGOMERY CLIFT. Al rostro prematuramente envejecido del actor asomó una pálida sonrisa y sus ojos se humedecieron. Balbuceó un escueto agradecimiento y corrió a esconder su emoción en la seguridad de la sala oscura, dejando a Bogdanovich en el vestíbulo desierto.

De “From here to Eternity”, una de las escenas más recordadas, con las lágrimas de Clift, como las que pudo ver Bogdanovich unos años después.