domingo, 30 de agosto de 2009

Atrapando el Instante (7)

James Cagney,
tomando un respiro.
Mújica Láinez,
recordando al Duque de Orsini.
Miles,
sacando un poco de cool de los labios de Jeanne Moreau.

Harvey el Conejo,
posando con su mejor amigo.
John Osborne,
mirando hacia adelante (parece que sin ira).


Jessica Tandy,
zarandeada por Brando y, pese a ello, confiando en la bondad de los desconocidos.
Robert Mitchum,
perdonándote la vida.

viernes, 21 de agosto de 2009

Alfredo, el Seguro.

Puede que a estas alturas pase del centenar el número de biografías/autobiografías que llevo leídas de actores, directores y animales de similar especie. Y de todas ellas, la de Alfredo Landa es de las más amenas. Está escrita por Marcos Ordóñez intentando - y consiguiendo – imitar la atropellada, vehemente y apasionada primera persona del singular que todos hemos visto de Landa en entrevistas y declaraciones públicas. Landa dicta sus memorias rondando los setenta y cinco años, retirado por convencimiento y satisfecho de su carrera. Landa no necesita ser modesto y refiere con esforzada sinceridad tanto sus aciertos como sus errores, no pide perdón por decir que está muy bien en Los Santos Inocentes o Canción de Cuna, porque páginas atrás no ha tenido problema en ponerse a caer de un burro en Polvos Mágicos o Los Días de Cabirio. Se autodefine como un hombre de mucho carácter (“Navarro”, dice él, como explicándolo todo) que ha tenido broncas monumentales con media profesión. Algunas han terminado bien y otras aún no han terminado.

Es en ese aspecto, en reseñar trifulcas o aspectos oscuros de sus compañeros, donde el libro comienza a dar pudor. Todo el mundo tiene amistades férreas y férreas enemistades. Y Landa más férreas todavía (por lo de ser navarro, vaya). Así que está en su derecho de tener en los altares a Bódalo o a Ferrandis o de decir que se parte la cara con cualquiera que se meta con Sacristán, y también está en su derecho de seguir ciscándose en los calostros de Jose Luis Dibildos por hacerle firmar un contrato leonino que lo tuvo persiguiendo suecas por cuatro duros durante casi una década. Pero lo que da pudor al lector ( a este pudoroso lector, al menos) son el resto de casos, los que no son ni amores ni odios pero ahora voy y cuento algo muy feo, u oscuro, o escandaloso de éste compañero de profesión. Uno es tan cotilla como el que más, y me gusta una anécdota jugosa del mundo de la farándula más que rascarme una pupa, pero uno se pregunta si era realmente necesario contar tal o cual anécdota que solo sirve para dejar caer una mancha sobre alguien del que acto seguido -por lo general - afirma que es o era un gran profesional y un tío estupendo. Pues si es un gran profesional y un tío/tía estupendo/a a lo mejor no se merece que hagas saber a todo el mundo, treinta o cuarenta años después, que te hizo una marranada para intentar quitarte un papel, o que se casó con un imbecil que le destrozó la vida, o que se arruinó la carrera por culpa de las drogas o que te propuso hacer un menage a trois (esto último, por cierto, lo cuenta de una respetada actriz actualmente octogenaria. ¡Epatante!). Puede que el exceso de sinceridad sea un defecto.

Tiene también el libro de Landa interesantes reflexiones sobre el arte de la interpretación, sobre todo las páginas que dedica a explicar cómo construyó a Paco el Bajo, el de Los Santos Inocentes. Se confiesa de la escuela de James Cagney, que resumia todos los mandamientos en uno: “Colócate en tus marcas, mira al otro a los ojos y di la verdad”. Y verdad hay en los ojos de Landa en todos los buenos trabajos que deja a sus espaldas.
No debió de serle facil zafarse de las suecas y del destape para conseguir que lo más recordado sea el Bosque Animado, o Los Santos Inocentes, o cualquiera de sus trabajos para Garci (en muchos casos, lo único bueno de la película) o el mejor Sancho Panza que se ha hecho hasta la fecha. Y es que Alfredo Landa - la obviedad fatiga – es de lo mejor que le ha pasado al cine español. Pese a las suecas. Pese a que últimamente se coma los morros con jimenez losantos (así, en minúscula). Y pese a que a la vejez se haya vuelto un bocazas (navarro, dice él).

Cinco minutos de Paco el Bajo y su señorito. Sobran las palabras:

La lluvia en Eslovenia es una pura maravilla

Doña Régula, Gobernadora de Cenestown, honra mi correo electrónico con curiosidades como esta: Perpetuum Jazzile es un coro esloveno emparentado con el Jazz y la Bossa Nova que se está haciendo famoso por extravagancias maravillosas como la de este video. Recomiendo subir los altavoces y no mirar a la pantalla durante los dos primeros minutos ... bueno, mira de vez en cuando.

domingo, 9 de agosto de 2009

Disciplina Francesa

Después de intentar poner el dvd de Cinema Paradiso que regalaron con El Mundo hace cinco años y descubrir que estaba defectuoso (¡Me las pagarás, PedroJotaCalvorota!), la Señorita Doolitle y yo nos animamos a ver Los Cuatrocientos Golpes... Ya sé, ya sé lo que estás pensando, Desocupado Lector: “Pero, ¿cómo? ¿El pedante este, que se las da de entendido, todavía no había visto Los Cuatrocientos Golpes, una de las grandes obras del cine universal?”. Pues te diré (además de que para pedante tú) que, efectivamente, mis tradicionales reticencias hacia el cine francés habían hecho que hasta la fecha lo más que conociera de Truffaut fuera su participación en Encuentros en la Tercera Fase y (semiolvidadas en un nebulosa infantil) La Noche Americana y una película sobre un niño salvaje que ahora mismo no se cómo se llama.
Bueno, el caso es que la otra noche vimos Los Cuatrocientos Golpes y, aunque aún no tengo claro porqué es una de las obras capitales de la historia del cine, lo que es cierto es que es una muy buena película, hecha con inteligencia y sensibilidad. Bajo una historia sencilla (las vivencias de un niño rebelde, sus problemas en casa y en la escuela) laten cuestiones de hondo calado. Aparentemente de pasada, la película habla de niños tristes que están de más en todas partes, de las estupideces del sistema educativo, de madres que no quieren a sus hijos… Internet está plagado de páginas que hablan de Truffaut y, especialmente, de esta película, así que cualquier cosa que añada sobre sus valores estaría copiada (y, además, recien aprendida).
Una curiosidad que me encanta y que no recuerdo que tenga parangón en la historia del cine: para interpretar al niño protagonista Truffaut eligió a Jean-Pierre Léaud, un chico de trece años que apenas había hecho cine. Y el director debió quedar contento, porque dedicó otras cuatro películas más a contar las andanzas de Antoine Doinel con el mismo actor de protagonista, que va madurando en pantalla al mismo tiempo que su personaje. Esto, junto al hecho de que la historia de Doinel contiene ciertas referencias a la propia vida de Truffaut, hacen muy interesante el visionado completo del ciclo. En las fotos siguientes, Leaud en las cinco películas sobre Doinel : Los Cuatrocientos Golpes(1959), El Amor a los Veinte Años(1962), Besos Robados(1968), Domicilio Conyugal (1970) y El Amor en Fuga(1978).



Por todo lo expuesto, hemos inaugurado el Ciclo Francois Truffaut a celebrar durante las próximas semanas. Bueno, la señorita Doolitle todavía no lo sabe, y no se cómo se lo va a tomar. Es que, sí, Los Cuatrocientos Golpes le gustó mucho pero, claro, al principio, por el título, pensó que era una peli de su adorado Bud Spencer. Yo no me atreví a sacarla de su error y se pasó la primera media hora mascullando “¿pero aquí cuando empiezan a repartir sopapos?"

Una escena simpática de la película: para captar las reacciones naturales de unos niños viendo marionetas Truffaut ocultó la cámara debajo del escenario:







Y una pequeña nota de humor: El profesor de gimnasia saca a la clase a correr por las calles de Paris y…






lunes, 3 de agosto de 2009

Amargas caricias

Mi sobrina Cecily y mi buen amigo Algernon participaron hace unas semanas en el montaje de la obra Caricias, de Sergi Belbel, que se estrenó en el Teatro Municipal de Peligros. Es un proyecto del Centro de Estudios Escénicos de Andalucía (ESCÉNICA), que se configura como trabajo fin de curso de los alumnos y que, como absurda consecuencia, se representa sólo una vez.
Debo confesar que Belbel me cansa un poquito. Reconozco la calidad de sus textos, lo acabado de su estructura, pero la temática – especialmente en esta obra – me cansa. Tengo perfectamente claro que su intención en Caricias –obra integrada por escenas independientes, o no, con personajes distintos... o no - no es reflejar una media estadística de la sociedad moderna (vaya, espero que no, al menos), pero hay demasiado incesto, drogas, prostitución, maltrato familiar y violencia de género como para que no me sienta saturado. No es que me escandalice, ojo, es que me saturo.
Pero lo que sí es este texto es un reto para actores valientes. Y bravos como mihuras fueron los seis actores que se desgarraron, se destrozaron y se desnudaron – algunos, literalmente – ante nuestros ojos. Ninguna de las escenas era fácil y en todas se respiraba verdad. Siento no poder dar los nombres de algunos actores por haber perdido el programa, pero todos ellos son dignos de mención, especialmente porque todos ellos hacían doblete, lo que dificulta aún más la tarea: El mendigo que no puede o no quiere recordar su pasado es poco después un padre de familia supuestamente modélico. La anciana arrasada por la vida pasa poco después a ser la madre animosa que calla todo lo que ve. El marido cuasi-robótico se transforma con facilidad en un abominable padre incestuoso y en un ridículo amante despechado.
Mi buen amigo Algernon (bajo el pseudónimo de Alejandro Colera) sencillamente asombra. Especialmente en sus complejas recreaciones del chapero y del adolescente empastillado (en este último papel convierte su texto en una vertiginosa pirueta solo apta para vocalizadores experimentados)
Mi querida sobrina Cecily (que para la ocasión ocultó el nombre con el que la llevé a la Pila tras el alias de Victoria Peinado) nos hizo creer de nuevo que es fácil lo difícil y nos ofreció con sus distintos papeles un muestrario real y descarnado de los diversos dolores que pueden ocultar las relaciones familiares y/o amorosas.
Un montaje de esta calidad (dejando a un lado mis objeciones sobre el texto) no puede ni debe limitarse a una función de debut y despedida. Es un derroche. De talento y de dinero. Y no estamos para derrochar.


Cecily y Algernon, transmutados.